espués de tres años de intenso noviazgo, Yamilet y Cesar decidieron unir sus vidas en matrimonio. La ceremonia fue planeada con tanto gusto que, por muchos años, la boda de ambos fue ejemplo para otras parejas. Dos jóvenes universitarios que se habían conocido en el primer año de estudio y, desde entonces, no se habían separado.
Ella, una hermosa mujer con sonrisa amplia y cuerpo de los que no necesitan visitar un cirujano. Él se enamoró de la chica ideal. Primero por su físico y después de su alma. Hicieron planes de vida como cualquier pareja recién casados. Viajaron, compraron su casita y tuvieron dos hijos maravillosos: Lucas y Lorenzo.
El amor de la pareja parecía no cambiar, no deteriorarse con el paso del tiempo. Mucho menos con las responsabilidades que cada vez eran más. El cariño fue adornando sus vidas y la rutina del día a día los fue acariciando lentamente sin ellos darse cuenta. Ninguno de los dos sabía la magnitud de su amor, lo grande del sentimiento que los unía y que ya, por costumbre, ni se preocupaban por demostrar.
Un 28 de abril, la sonrisa perenne de Yamilet dejó de iluminar su rostro cuando su médico le comunicó que tenía cáncer de mama. Cientos de pensamientos pasaron por su mente como una película que no tenia pausa, ni fin. Su esposo, sus hijos, su familia. Llegó a su casa dispuesta a hablar con Cesar, pero no pudo. Él se adelantó dándole la hermosa noticia de que Lucas había sido aceptado en la mejor universidad del país. La alegría del acontecimiento, el orgullo de su esposo, y los saltos de su hijo, la frenaron.
El día de hablar llegó. Con un nudo en la garganta logró darle detalles del procedimiento a su querido Puchi, como ella lo llamaba. Lucas marchó a la universidad y Lorenzo ingresó al posgrado. Ahora faltaba ella. Nadie sabía que guardaba dentro de sí misma una gran pena, un dolor que la comía lentamente. Un miedo al futuro, un temor a la reacción de su esposo ante una enfermedad tan cruel.
Se sometió a cirugía. No pudieron salvarle el ceno. Y la bella Yamilet, la del cuerpo perfecto y sonrisa cautivadora, enfrentó una larga batalla. Pero dentro de los dolores, las quimioterapias, la perdida de cabello, el cuerpo hinchado y su pecho desfigurado, hubo algo que la mantuvo siempre viva. El amor de su adorado Puchi. El joven de quien se enamoró 23 años atrás. Su esposo, el padre de sus hijos, el amigo y ahora, su enfermero inseparable.
Su compañía fue primordial. Pero no fue su presencia inseparable la que la hizo enamorarse de él aún más. Durante los tres años del proceso, Cesar la enamoró todos los días. Le leía poemas, le dedicaba canciones, aprendió a cocinar e incluso, le hacía el amor con tanta o más delicadeza que la primera vez. Yamilet jamás se sintió fea, mutilada o despreciada por su esposo. Al contrario, él hizo que sus hijos la colmaran de amor, y vieran en él un ejemplo de hombría, valor y amor.
Fueron días difíciles, momentos en los que la muerte rondó el entorno y la inseguridad se adueñó de ellos. Ninguno de los dos pensó que la vida los iba a poner a prueba. Y así, como ese día en que ambos juraron estar juntos en las buenas y en las malas, hoy la Chini y el Puchi gozan de un amor que rompió barreras y miedos. Viviendo cada segundo como si fuera el último. Sin pensar profundo, sin preguntar. Aprovechándose el uno al otro porque, “Solo la vida sabe cómo será el mañana”.
“Todos los días Dios nos regala un momento mágico dónde podemos cambiar lo que nos lastima”. Paulo Coelho.